
Por Raúl Galván (*) El 30 de octubre de 1983 se celebraron los comicios donde se consagró como presidente de la Nación al Dr. Raúl Ricardo Alfonsín. Con ello -como él solía decir- se puso una “bisagra” a la historia argentina. Terminaba una de las dictaduras más sangrientas que conocieron los pueblos de occidente en los tiempos modernos. Se consagraba nuevamente el imperio de la Constitución, la libertad y sobre todo el derecho a la vida que habían sido suprimidos durante largos siete años. Hace 25 años que se cumplía el vaticinio venturoso que un día enunciaba Joaquín V. González: “No hay fuerza, no hay poder, no hay genio capaz de resistir a un pueblo que se levanta en la hora suprema reclamando la libertad que es su derecho, que se le debe por la justicia y la moral humanas, como no hay presión capaz de contener el estallido del fuego interno comprimido por las paredes de granito de la montaña, hasta el momento de la expansión volcánica”. Ese estallido de fuego interno estuvo abonado por el sacrificio de miles de compatriotas muertos, detenidos y exiliados, de soldados inmolados en el campo de batalla en una guerra absurda, y también por el esfuerzo de muchos ciudadanos anónimos que lucharon con dignidad por el restablecimiento de la democracia. El triunfo de Alfonsín aquel día ha sido una victoria de todo un pueblo: tal es el concepto verdadero de democracia “poder del pueblo”, que es más que una forma de gobierno, es un modo de vida, una cualidad esencial de la sociedad humana que está en perpetuo perfeccionamiento , que pervive mientras se la custodie día a día y que debe ser el empeño de todos los argentinos si no queremos la vuelta regresiva a la anarquía, el despotismo, el desorden, lo que significa en el lenguaje de los hechos la revolución latente, abajo, la tiranía potencial, arriba. Si bien es cierto lo dicho ˆ a mi modesto modo de ver- es también una verdad que la democracia no se hace con una simple proclama ni menos con la palabra sonora y brillante de la oratoria comicial. En tiempos de perturbación social, de tormentas políticas que conmueven el espíritu de los hombres, de catastróficas desorientaciones, necesita la democracia para su restablecimiento, como ocurrió hace un cuarto de siglo, de hombres que han sabido señalar el rumbo correcto, que supieron animar las voluntades decaídas, esos hombres que con tesón inquebrantable inspiraron de nuevo la fe democrática. Uno de esos hombres que de tanto en tanto aparecen en la historia, en la providencia de los tiempos, se llama Raúl Alfonsín. “Ningún hombre vale más que todo un pueblo, pero hay hombres que no se cansan cuando se cansa el pueblo”, esto solía decir el poeta y libertador José Martí. Esta es la verdad más acrisolada.He tenido el privilegio de estar en su gobierno en los tiempos más difíciles como son las transiciones democráticas, que es cuando se cavan los cimientos. El Presidente Alfonsín tuvo el coraje civil de someter a juicio a las ex Juntas Militares dando un ejemplo incomparable a las naciones del orbe. Creó la CONADEP que posibilitó el hallazgo de la verdad sobre los miles de desaparecidos por la dictadura y de esa manera reivindicó para los tiempos los derechos humanos. Y sometió a la jurisdicción de los jueces de la Constitución a los responsables de las bandas armadas que asolaron el país. Reivindicó el prestigio argentino ante el mundo, enfrentó una colosal deuda externa, cimento el Mercosur. Pero sobre todo en su gobierno imperó la ley, la división de los poderes y la Constitución. Esas solas circunstancias bastan para el reconocimiento de todo s los ciudadanos argentinos. Comienza a ser desventurado el pueblo que comienza a ser desagradecido. No caigamos en esa desventura. No desluce el sentido democrático de la vida agradecer, en reconocimiento levantado, los enormes méritos de un hombre que ha hecho de su vida una lucha por sus ideales, como ejemplo para la juventud, y que luego de ocupar el sitial más alto en la República, hoy guarda austero y estoico retiro en su hogar. Que gracias a la Providencia todavía lo tenemos y por cuya figura, allá en las canteras lejanas, el bloque de mármol ha comenzado a estremecerse esperando el buril que entregará su imagen al respeto inmutable de los tiempos. A veinticinco años del acontecimiento histórico hagamos todos los argentinos, sin distinción de credos políticos, el compromiso de custodiar la democracia, así no caemos en lo que también nos enseñaba el pensador de Samay Huasi: “Generalmente cuando hay un tirano, es porque no hay un pueblo; y en el orden político, cuando un hombre se alza con las libertades públicas, es porque esas libertades han sido abandonadas por los ciudadanos”.
(*) Abogado - ex senador nacional.
Diario el independiente
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