El 9 de setiembre se cumplen 27 años de la muerte del Dr. Ricardo Balbín. Los que tuvimos la suerte de conocerlo le rendimos el merecido homenaje. Los que no lo conocieron estoy seguro que lo harán si supieran que fue un hombre que joven aun -se recibió de abogado con notas brillantes a los 22 años- tuvo en los labios puesta la copa de los goces, y la dejó caer sonriendo y echó a andar con los tristes y perseguidos; que se privó de sí, por darse. Mirada desde lejos, como se miran los montes en nuestra tierra, su vida ha sido una ejemplar coherencia: luchó por su ideal, se enfrentó a las dictaduras con un coraje que muchos quisieran tener, defendió al hombre en su integridad y libertad, sufrió la cárcel con estoicismo y no declinó jamás su apasionada faena con la unión del pueblo argentino. Afiliado de la U.C.Radical a los 18 años, su primera prueba de fuego fue contra la dictadura que en 1930 derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen, cuando la mayor parte de la dirección del radicalismo estaba en prisión. Fue la decana del privilegio conservador, perseguidor y fraudulento. A los 27 años fue elegido diputado provincial y en 1940, nuevamente electo, renuncia a la banca denunciando el fraude. En 1946 inicia su corta y vigorosa acción en el Parlamento Nacional. Electo presidente del bloque de diputados nacionales enfrenta con ejemplar coraje civil al primer gobierno del general Perón. El 29 de setiembre de 1949 Balbín fue expulsado de la Cámara por desacato al presidente. Leer su último discurso -habría que imaginarse escucharlo- todavía conmueve: "Señores diputados: óiganlo bien. Echan a un hombre a la calle para vivir ustedes en libertad sin darse cuenta que yo seguiré siendo libre, mientras todos ustedes quedan presos e incapacitados para reaccionar. ¡Yo no tengo la culpa de mi lenguaje: a mí me lo enseñó la adversidad!" Después de la expulsión, Balbín fue detenido. Le siguieron 14 procesos. Conoció las cárceles de Rosario, San Nicolás y Olmos, en esta última durante nueve meses. La libertad cuesta muy cara; es necesario o resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio. Ya anciano Balbín fue preso dos veces por la dictadura instaurada en 1976, una en Vicente López, Pcia. de Buenos Aires y otra en San Luis. El 3 de junio de 1977 tuve el honor de firmar junto a Balbín y otros distinguidos dirigentes de la U.C.R. -como secretario de Comité Nacional que él presidía- un manifiesto en contra de la dictadura que nos costó otros dos procesos ante jueces federales de la Capital Federal donde fuimos llevados detenidos y esposados. Pero es ley que donde fue más cruel la tiranía sea luego más amada y eficaz la libertad. Balbín fue un orador extraordinario. Su lucha, su entrega a la democracia y al sufragio, su sacrificio por el radicalismo tuvo en la voz del gran orador su relieve más deslumbrante. Un orador brilla por lo que habla, pero definitivamente queda por lo que hace. Nacen de un gran dolor, de un gran peligro o de una gran infamia. Nada es un hombre en sí y lo que es lo pone en él su pueblo. Los hombres son su productos, sus expresiones, sus reflejos y le sirven de brazo y de voz. Balbín fue una fuerza de palabras como otros son fuerza de actos. Cuando luchaba contra la dictadura, un flagelo de llamas era su elocuencia. Cuando había que defender la libertad y la nación, hinchábase de súbito su oratoria como nubes de tormenta, y era todo brío, anatema, profético, contundente, flameante. Lo montuoso y lo oceánico asomaban a cada punto en su elocuencia. En la plaza publica, cuando hablaba en la tribuna, yo lo escuché por primera vez cuando era estudiante secundario, entraba en nuestras almas un vasto rumor de ideales, entusiasmos, una cálida ráfaga de esencial patriotismo y trascendente humanidad. Jamás aquel orador magno, infatigable, y convincente halagó para hacer triunfar momentáneamente siquiera sus ideas, pasión alguna de la muchedumbre. Cuando despide a Perón -amainadas las tormentas que los separaba- pronuncia aquel discurso que conmovió a los argentinos. Despedía a su viejo adversario como amigo y dejó la lección de que las heridas solo se suturan cuando fueron abiertas para que sirvan a la posteridad. Sólo tienen derecho a reposar los que restañan heridas, no los que las abren, será porque los hombres pierden la mejor sangre de sus venas haciendo política. Aspiró a la presidencia de la República cuatro veces. Cuatro veces fue derrotado, pero en la derrota, cuando se cae en buen lid, el hombre triunfa. Los hombres suelen ser -como la vida toda- una paradoja. Perón fue el vencedor de Balbín, sin embargo en 1973 cuando fue electo por última vez quiso que fuera su vicepresidente. De esto puedo dar fe históricamente. En su última visita a la Rioja, en noviembre de 1980, se realizó una cena en la Sociedad Española; yo conocía el hecho por una circunstancia especial y se lo progunté: "La democracia me dijo necesita de los partidos políticos, había que cuidar al radicalismo..." Balbín fue de una vida austera. Mientras hacía política ejercía la profesión de abogado. Lo poco que tuvo, lo hizo con su trabajo. Los hombres públicos, para su honra y la de su familia, como los caballos de raza deben exhibir donde todo el mundo pudiera verlo, el abolengo de su fortuna. Esa fue su vida: ministerio apostólico por un ideal. Ese fue su carácter: que tan seguro estaba de la Suprema justicia que jamás entendió el uso de la libertad. Ese fue su destino: como ciudadano custodiar la República; como hombre servir modestamente a los demás hombres, andando con el deber al hombro, por los caminos de la vida; a auxiliar, como soldado humilde, a todos los perseguidos, y a morir de la mano de la libertad, pobre y noblemente. "Todos los muertos dejan un mensaje..." solía decir. Como prominente hombre de la democracia -honra de la cuidad de La Plata y de la República- dejó a sus conciudadanos el mensaje de la tolerancia y la concordia. Para los radicales que hay que luchar siempre, sobre todo en los tiempos de crisis como la que nos toca vivir los que comulgamos la idea de Balbín. Hoy le rendimos el homenaje, porque seguimos admirando su sentido moral de la vida, y aquí a lo lejos del sitio donde descansa, quedará siempre su lección, cuando los que viven son fieles a los muertos: el verde brote de la esperanza.
(*) Breve referencia: el autor de esta nota fue secretario del Comité Nacional (la llamada "Mesa Chica" 1974/1983), presidente del Bloque de Diputados nacionales de la U.C.R. y presidente del Bloque de Senadores nacionales U.C.R.
Diario el independiente
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